Breves reflexiones a La trayectoria del desencanto de Heraclio Bonilla.
Lic. Daniel Morán
Universidad Nacional Mayor de San Marcos
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Lic. Daniel Morán
Universidad Nacional Mayor de San Marcos
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Publicado en Illapa. Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales. N° 1. Diciembre del 2007. Págs. 135 – 142.
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.La reflexión en larga duración en los estudios históricos en el Perú ha sido realmente escasa. Los historiadores y otros científicos sociales que han intentado aquella empresa, en la mayoría de las veces, han visto que sus esfuerzos han quedado solamente en un interesante intento. No obstante, el público lector de los libros de historia en nuestro país (los pocos y heroicos que todavía quedan) no han podido encontrar aún un texto de síntesis histórica que les permita comprender la larga trayectoria por el cual el Perú ha pasado a través de su desarrollo económico y social.
No contamos todavía con artículos orgánicos existentes, apenas tenemos pequeños intentos que lo único que nos ha permitido apreciar es lo insuficiente de nuestras reflexiones y la incapacidad aún presente en las investigaciones de los historiadores peruanos y extranjeros. Es medianamente fácil realizar una serie de resúmenes de temas de historia del Perú, juntarlos y armarlos como un excelente libro de nuestra historia nacional. En forma contraria, consideramos que lo realmente difícil es enlazar las relaciones, los hechos y los acontecimientos de la historia del país. Conjugar la redacción, la síntesis, la reflexión y el análisis de los temas del Perú histórico en su desarrollo temporal.
Sin embargo, un excelente intento y una feliz materialización del proyecto es el trabajo recientemente publicado por el historiador y antropólogo peruano, residente en Colombia, doctor Heraclio Bonilla. Así, su texto, La trayectoria del desencanto. El Perú en la segunda mitad del siglo XX (Lima: Arteidea Editores. 2006), cubre un vacío hasta ahora existente en la historiografía peruana. Bonilla en solo unas breves pero profundas páginas realiza un análisis en larga duración, al estilo de Fernand Braudel, de la trayectoria recorrida por la sociedad peruana a través de su historia. Si bien el texto se dedica esencialmente a la segunda mitad del siglo XX, su análisis se traslada para una mejor comprensión a los tiempos iniciales de la vida peruana. Es, en pocas palabras, una excelente investigación de síntesis y reflexión sobre el Perú.
El libro está dividido en siete partes que se enlazan entre sí para, posteriormente, presentar la evolución histórica de nuestro país. El primer capítulo, Los prolegómenos, ofrece una mirada de los años centrales al cuál el libro se va a dedicar. El Perú, en la segunda parte del siglo XX, está plagado de una serie de hechos y coyunturas de gran valor para el análisis histórico. Bonilla señala que las dictaduras militares se mantendrán en el poder del Estado por muchos años. El Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas o “peculiar revolution” es un excelente ejemplo de este tipo de regímenes militares autoritarios que han asolado el país a través de su historia. Los cambios que estos últimos realizaron permitieron, en gran medida, que la oligarquía perdiera su poder y estabilidad económica y política. Aún así, el país se insertó en la denominada “década perdida de América Latina” (los años 80), los cuales se vieron precipitados por las acciones subversivas emprendidas en el Perú por Sendero Luminoso y el MRTA, ocasionando una reacción represiva por parte de las fuerzas de seguridad y defensa nacional. La situación crítica del Perú, en esos momentos, explicaría la emergencia de estos movimientos sociales de características radicales. Por ello, la llegada insólita al poder de Alberto Fujimori en 1990 y su permanencia en el poder hasta noviembre del 2000, muestra el regreso a los regímenes autoritarios en donde se evidencia la relación entre los civiles y los militares para acabar con la subversión social de aquellos años. Así, el país vivió en la segunda parte del siglo XX, un contexto de incertidumbre y desesperanza a consecuencia de los hechos históricos antes mencionados.
El segundo capítulo, El legado de los andes, sintetiza los avances culturales de las culturas peruanas anteriores a la llegada de los españoles. En esencia, se pone de manifiesto que los Incas representaron el último peldaño del proceso de desarrollo cultural en el área andina. Las culturas precedentes habían aportado en gran medida todo el cúmulo de experiencias y sus aportes significaron esenciales para la conformación del Tahuantinsuyo. El Estado imperial de los Incas demostró, en el tiempo que duró su poder, el aprovechamiento que estos realizaron de las creaciones culturales preincas. El ayllu significó, en ese sentido, el fundamento central en el desarrollo de las civilizaciones andinas. Pues, la economía incaica era fundamentalmente agrícola, lo cual se pudo realizar a través de ese sistema de aprovechamiento productivo de carácter colectivo. Asimismo, toda una red de autoridades políticas se materializó en el imperio para el buen funcionamiento de las estructuras andinas.
Al final el Tahuantinsuyo, aquel extenso y grandioso imperio, caería por las propias rivalidades internas entre los diferentes étnias autóctonas. Los Chachas, Chichas, Huancas, Chancas, Chimús, Cañaris, entre otros vieron en la figura foránea española a sus libertadores y la oportunidad de escapar de la dominación de los orejones del Cuzco.
El tercer capítulo, El legado colonial, está íntimamente ligado a la experiencia andina autónoma. La conquista y el establecimiento del orden colonial en el Perú significaron guerra, destrucción y desolación. Se produce en aquellos primeros años una hecatombe demográfica (descenso estrepitoso de la población). Todo ello como resultado de la violencia desatada y las constantes epidemias y enfermedades que afectaron a la población oriunda del Perú. De aproximadamente diez millones de habitantes pasamos en menos de cuarenta años a solo un millón. Esta situación se agravó más con las guerras civiles entre los propios conquistadores. Motivo que ocasionó el desplazamiento del poder de los encomenderos y la instalación del virreinato peruano. Con aquella empresa se consolida una maquinaria burocrática bajo la dirección del rey español. La economía colonial se muestra en la constante extracción de los metales preciosos (mercantilismo). Y en la utilización de una fuerza de trabajo netamente indígena. Esta última afirmación grafica la complejidad social y la exclusión económica y política presente en la sociedad colonial peruana. Que a pesar que combinó una estructuración de clase con una estructuración étnica, no pudo ocultar, en su esencia, las diferencias sociales y, por ende, materiales de los diferentes grupos de la colonia. La desigualdad social era evidente, los criollos y españoles en el poder y las clases populares en la marginación social. O, en consideraciones de la época, separados en la “república de españoles” y en la “república de indios.” Sobre este sistema se impondrá las reformas borbónicas del siglo XVIII en el Perú. España que se había dedicado a luchar en Europa con otras potencias, ahora se decidía a reconquistar sus dominios americanos. Plasmó así los cambios necesarios en el aspecto económico y político para obtener los mejores resultados y claro está la mayor cantidad de ingresos monetarios. Sin embargo, todas estas modificaciones (Creación de nuevos virreinatos, comercio libre, limitación de cargos públicos para los criollos, etc.) traerían consigo funestas consecuencias sociales. Se produce la insatisfacción de los criollos, por la perdida de sus privilegios; y, también, de los indígenas por el aumento de la explotación colonial. Todo ello terminaría en el surgimiento de los movimientos sociales que se concentraron mayormente en la periferia del virreinato peruano (Buenos Aires y Caracas, principalmente). Pues, los centros de poder, tanto Lima en el Perú como México en la parte norte de América, terminaron uniendo fuerzas para rechazar a la revolución independentista. El legado colonial se mantendrá así en los inicios de la república. El Perú surgirá como un Estado fragmentado en donde era imposible establecer la construcción de identidades colectivas y coherentes.
Aquellos problemas se aprecian en el cuarto capítulo, La independencia y el largo siglo XIX. Son conocidas las críticas que Heraclio Bonilla realizara a los postulados de la historia tradicional sobre el proceso de la independencia del Perú. En forma contraria, a las ideas nacionalistas y causas internas del origen de aquel proceso, Bonilla concluye que la emancipación fue un hecho impuesto desde el exterior. Que las fuerzas libertadoras de San Martín y Simón Bolívar consiguieron imponer la liberación a los peruanos. Es decir, una “independencia concedida más que obtenida.”
La misma división social colonial impedía una unión fraterna y solidaria entre los diferentes grupos sociales del Perú. No tenía los mismos intereses la gente pudiente como los explotados indígenas. Pero, a pesar de ello, en el Perú se producen movimientos sociales que ponen al poder colonial en constante alarma y peligro. Tenemos las grandes rebeliones del sur andino de 1780 a 1781(Túpac Amaru y los hermanos Katari); las acciones en aquel mismo lugar entre 1812 y 1815 (Huánuco y Cuzco); y, finalmente, las rebeliones y luchas sociales de carácter internacional entre 1821 y 1824 que se extienden hasta 1827 (San Martín, Bolívar y las guerrillas). Pero de todos estos movimientos se pone en evidencia la labor externa y fundamental de los ejércitos de los libertadores en la consumación de la independencia peruana. Este proceso de liberación muestra, al fin y al cabo, el desarrollo de un orden en donde los cambios se esconden en las abrumadoras permanencias. De allí que el legado colonial se mantenga en gran parte del siglo XIX.
A la independencia le siguió una época de contracción económica y anarquía política con el predominio militar. Será en esta época en que los caudillos, a través de las guerras civiles y también de los conflictos externos, luchen por el poder político. Dicho período fue realmente incierto y ambiguo pues se llegó a tener hasta cuarenta militares como presidentes. Por ello, los inicios y la consolidación de la república esperarían una temporada mejor cuando se inicie la extracción del Guano y se recobre la estabilidad económica y política. Así, la era del Guano que se prolongó hasta 1879, ofreció al Perú una estupenda oportunidad para recuperarse. El desarrollo comercial con Inglaterra, nueva potencia mundial, permitió extraer y venderle este recurso natural necesario para la productividad de sus suelos. En ese sentido, el Perú exportó 10 millones de toneladas de Guano que valorizaban en 100 millones de libras esterlinas. De ese total los consignatarios guaneros se apropiaron por razones de comisiones y otros gastos, un porcentaje de 30 a 40%, es decir, el Estado peruano percibió en menos de cuatro décadas aproximadamente de 60 a 70 millones de libras esterlinas. Aquel fabuloso dinero, sin embargo, ocasionó lo contrario a las diversas esperanzas del país. Pues, el 80% de los ingresos del Guano se destinó a gastos improductivos como el pago a la nueva y numerosa burocracia civil y militar. Solamente el 20% fue aprovechado en la construcción de los ferrocarriles que en esencia aportaron poco en el progreso nacional. En pocas palabras, nos habíamos acostumbrado a vivir sin ser productores. A exportar y malgastar nuestras materias primas, sin preocuparnos en solucionar los males endémicos de la república. Incluso, el Guano permitió la consolidación de una plutocracia residente en Lima. Y, posteriormente, la creación del primer partido político civil del Perú que llegaría a poner en el poder del Estado a Manuel Pardo. Los militares entrarían entonces a un receso en el predominio del gobierno central. Finalmente, esta época dorada del Guano o denominada también de la prosperidad falaz, llegaría a su epílogo con el inicio de la guerra con Chile en 1879. Conflicto en donde se apreció otra vez las desigualdades sociales y las distintas visiones que se tenían del Perú en aquellos años. Una guerra racial, que además mostró la incompetencia de la clase política del Perú y el abismo social entre los peruanos.
Después de la guerra se volvió a vivir sin el dinero de la explotación del Guano. El Estado en bancarrota buscó otras formas de obtener recursos para la reconstrucción nacional. Sin embargo, volvimos a recurrir a la figura del caudillo militar y la presencia del Estado fuerte, represivo y autoritario para conseguir la estabilidad nacional.
Esta inclinación ya conocida por nosotros se sumó al cambio en el aspecto económico de la nueva potencia comercial del mundo. Los Estados Unidos a finales del largo siglo XIX, reemplazará al poder inglés. Durante la república aristocrática y, fundamentalmente, en el Oncenio de Leguía, el capital inglés será desplazado por el poderío norteamericano. El partido civil volverá al poder político dejando de lado a los militares que tomaron las riendas del país luego de la guerra con Chile. El Perú, o mejor dicho ciertos grupos de poder, disfrutarían de cierta estabilidad política y desarrollo económico.
En esas circunstancias se llegó a El Siglo XX, materia de análisis del autor en el quinto capítulo del libro. Aquel siglo se inició, en palabras de Bonilla, con la crisis de 1929. Dicho acontecimiento de repercusión mundial afectó irremediablemente a la economía y a la sociedad peruana. Así, después de la caída de Leguía, se instala, otra vez, los regímenes militares en el poder. Sánchez Cerro y Benavides seguirán con la política represiva, además de la expansión de las exportaciones de nuestras materias primas. Por ello, en los primeros años de la década del treinta aparecerán los conflictos entre las nuevas fuerzas sociales: El aprismo con Víctor Raúl Haya de la Torre, el socialismo de José Carlos Mariátegui y la opción del entonces presidente Sánchez Cerro. Estos grupos se enfrentarán con sus propuestas en la larga tradición de la lucha por el poder político en el Perú. Muestra de ello son los gobiernos de Odría (1948 – 1956) y los cambios de los intereses políticos de Prado Ugarteche entre 1956 y 1962. Asimismo, recordemos que este país venía cambiando su aspecto material y humano. El surgimiento de nuevos actores sociales fue acompañado por el incremento demográfico y el traslado de estos hombres llenos de esperanza de la zona rural al mundo urbano. La idea de que el progreso estaba en Lima se encuentra muy difundida por aquellos años. Incluso, los hechos externos como la revolución cubana ocasionaban que los nuevos rebeldes pensaran que el cambio social era posible (por ejemplo, las guerrillas del 65). Ante el incremento de los movimientos sociales o el denominado desborde popular, las Fuerzas Armadas tuvieron en 1968 que ponerse otra vez más en la dirección del Estado. Pero en esta ocasión no era el esfuerzo de un solo líder militar, sino se trataba de un movimiento institucionalizado (que formaba parte también de acciones militares en gran parte del hemisferio). El CAEM representó así un centro de educación y difusión política para los miembros de las Fuerzas Armadas del Perú.
Los doce años de los militares en el poder muestran una serie de variaciones en el discurso y la práctica social. Juan Velasco Alvarado entre 1968 y 1975 realiza una serie de modificaciones que afectan las estructuras sociales. La reforma agraria, la nacionalización de las empresas privadas, la toma de los medios de comunicación por el Estrado y el establecimiento de nuevas formas de organización industrial, consiguen que valla desapareciendo el predominio del capital privado en la economía peruana. En pocas palabras, será el Estado de Velasco que tome en su poder el desarrollo de la economía nacional. Todo ello ocasionó a la larga el desastre en ese ámbito, y el reemplazo de Velasco por Francisco Morales Bermúdez en 1975. Este último iniciaría la segunda fase del gobierno y el desmontaje de todo lo realizado hasta ese año por su antecesor. Pero, en palabras de Bonilla, lo fundamental de la primera fase estuvo en el desplome del predominio económico y social de la oligarquía del poder del Estado. Se rompió el orden tradicional que aún conservaba secuelas coloniales. Lo paradójico de la segunda fase del régimen militar lo encontramos en que preparó el ingreso de la democracia en la escena nacional y a la vez dejó un vacío en la sociedad de aquel entonces. Al orden tradicional oligárquico no se le reemplazó por otra nueva forma de sistema social más justo e igualitario. En ese contexto y ante ese vacío surgirán los movimientos subversivos en 1980.
Ni las intenciones de Belaunde ni los discursos persuasivos de Alan García, pudieron impedir el incremento de la guerra civil en el Perú. La política aprista ya no era la misma, incluso, la doctrina y las ideas cambiantes del líder (Haya de la Torre), a lo largo de su militancia política nunca estuvieron fuera de dejarse seducir por el poder de turno. Así, las alianzas inauditas y en otras épocas imposibles pudieron hacerse realidad. Por ello, en 1985 el partido del pueblo era todo un conglomerado de ideas, argumentos e intereses muy distintos de la década del 20. La revolución fue reemplazada por reformas dentro de la democracia vigente. Se presenciaba entonces un populismo anacrónico y que difundía cambios no acordes a la situación del momento.
En ese sentido, los movimientos subversivos de la década del 80 acrecentaron la crisis del gobierno aprista. Tanto Sendero como el MRTA pusieron al Perú en una nueva tormenta social que desangraría al país y cobraría muchas vidas humanas. Pobreza, miseria, abandono estatal, crisis económica, inestabilidad política, violación de derechos, simplemente acrecentaron el malestar social y dieron tribuna para crecimiento de los movimientos terroristas del período. El Perú en crisis generalizada, en una intensa guerra civil.
El sexto capítulo del libro, El desenlace, muestra como el movimiento social que se lleva a cabo con mayor intensidad a partir 1980 y, los erróneos y torpes cambios de los gobiernos predecesores, da pie al surgimiento del denominado partido no tradicional de Alberto Fujimori. En una época de crisis y abismo social el llamado “chino” consigue poner en práctica medidas que no eran de su repertorio político. Mostrando en la campaña y en las elecciones sus divergencias a las ideas y reformas neoliberales de su opositor Mario Vargas Llosa, Fujimori luego de ganar y en solo unos meses contradictoriamente realiza lo que el escritor había propuesto. A parte de ello, ya en un plan de claro carácter autoritario y de tradición republicana en el Perú, cierra el Congreso y el Poder Judicial. Pone en acción cambios en los altos mandos de las Fuerzas Armadas y crea una red de clientelismo con una burocracia entregada y sumisa al Poder Ejecutivo que tenía en la realidad dos caras: Fujimori y Montesinos. A todo ello, se sumó los acontecimientos políticos que jugaron a su favor y que llevaron a terminar los peligrosos avances de movimiento subversivo. La política económica del Fujimorismo logró cambios sustanciales a consecuencia de la entrega del país al capital extranjero. Así, se pudo combatir a la hiperinflación que llegaba a comienzos de su gobierno a un estrepitoso 7 482% para terminar a comienzos del nuevo siglo en un moderado 3.7% La inserción del Perú al mercado mundial junto con el predominio del capital financiero y económico externo en las acciones económicas peruanas llevó a la desaparición del Estado en su dominio de la economía nacional. La miseria y el porcentaje de pobres crecieron dramáticamente a pesar de los intentos del gobierno por solucionar dicho problema con la creación de comedores populares y otras formas populistas de salvación coyuntural de la crisis. Asimismo, el movimiento social durante el Fujimorismo va a disminuir pues el gobierno pone en práctica medidas represivas y el recorte de los derechos laborales, en ese sentido, el comercio libre llega a tocas las puertas de mundo laboral.
Finalmente, ¿Quo Vadis?, último capítulo del libro de Heraclio Bonilla, presenta algunas reflexiones generales y de síntesis sobre el comportamiento político de los gobiernos de la segunda mitad del siglo XX. Como afirma el autor: “Habrán nuevos cambios en los nombres de los presidentes, pero nada indica […] que la situación valla a experimentar un cambio profundo.” Las autoridades están más preocupadas en equilibrar los parámetros macroeconómicos que en permitir una real distribución de los ingresos del Estado. Solamente se inclinan a dar una miserable limosna cuando estallan movimientos sociales de protesta que ponen en peligro su estabilidad, o si se encuentran en plena campaña electoral con el único objetivo de ganar los votos populares. “Seguirán por cierto, otros Fujimoris u otros Toledos, con la capacidad momentánea de encender el entusiasmo de la gente, pero nada más.” Ello, es una muestra evidente de la ausencia hasta nuestros días de una fuerza organizada que permita alterar de manera real los cambios tibios o parciales desarrollados a lo largo de la historia peruana.
En síntesis, podemos señalar que La trayectoria del desencanto del renombrado historiador peruano Heraclio Bonilla, se constituye en un texto de síntesis crítica de nuestra historia. A través de sus páginas podemos insertarnos en un proceso de explicación razonada y reflexiva del movimiento social, político y económico del Perú. De igual manera, como se aprecia en el libro, esta investigación tiene un claro carácter de ensayo que, sin embargo, se apoya en una bibliografía y una diversidad de fuentes que el autor ha utilizado en varias décadas de indagaciones. Termino esta reseña con el argumento compartido con Bonilla de que el trabajo del historiador no se limita solamente a desempolvar viejos papeles, sino, además, es necesario e imprescindible el manejo adecuado de la ideas en cualquier análisis histórico que se realiza seria y científicamente.
No contamos todavía con artículos orgánicos existentes, apenas tenemos pequeños intentos que lo único que nos ha permitido apreciar es lo insuficiente de nuestras reflexiones y la incapacidad aún presente en las investigaciones de los historiadores peruanos y extranjeros. Es medianamente fácil realizar una serie de resúmenes de temas de historia del Perú, juntarlos y armarlos como un excelente libro de nuestra historia nacional. En forma contraria, consideramos que lo realmente difícil es enlazar las relaciones, los hechos y los acontecimientos de la historia del país. Conjugar la redacción, la síntesis, la reflexión y el análisis de los temas del Perú histórico en su desarrollo temporal.
Sin embargo, un excelente intento y una feliz materialización del proyecto es el trabajo recientemente publicado por el historiador y antropólogo peruano, residente en Colombia, doctor Heraclio Bonilla. Así, su texto, La trayectoria del desencanto. El Perú en la segunda mitad del siglo XX (Lima: Arteidea Editores. 2006), cubre un vacío hasta ahora existente en la historiografía peruana. Bonilla en solo unas breves pero profundas páginas realiza un análisis en larga duración, al estilo de Fernand Braudel, de la trayectoria recorrida por la sociedad peruana a través de su historia. Si bien el texto se dedica esencialmente a la segunda mitad del siglo XX, su análisis se traslada para una mejor comprensión a los tiempos iniciales de la vida peruana. Es, en pocas palabras, una excelente investigación de síntesis y reflexión sobre el Perú.
El libro está dividido en siete partes que se enlazan entre sí para, posteriormente, presentar la evolución histórica de nuestro país. El primer capítulo, Los prolegómenos, ofrece una mirada de los años centrales al cuál el libro se va a dedicar. El Perú, en la segunda parte del siglo XX, está plagado de una serie de hechos y coyunturas de gran valor para el análisis histórico. Bonilla señala que las dictaduras militares se mantendrán en el poder del Estado por muchos años. El Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas o “peculiar revolution” es un excelente ejemplo de este tipo de regímenes militares autoritarios que han asolado el país a través de su historia. Los cambios que estos últimos realizaron permitieron, en gran medida, que la oligarquía perdiera su poder y estabilidad económica y política. Aún así, el país se insertó en la denominada “década perdida de América Latina” (los años 80), los cuales se vieron precipitados por las acciones subversivas emprendidas en el Perú por Sendero Luminoso y el MRTA, ocasionando una reacción represiva por parte de las fuerzas de seguridad y defensa nacional. La situación crítica del Perú, en esos momentos, explicaría la emergencia de estos movimientos sociales de características radicales. Por ello, la llegada insólita al poder de Alberto Fujimori en 1990 y su permanencia en el poder hasta noviembre del 2000, muestra el regreso a los regímenes autoritarios en donde se evidencia la relación entre los civiles y los militares para acabar con la subversión social de aquellos años. Así, el país vivió en la segunda parte del siglo XX, un contexto de incertidumbre y desesperanza a consecuencia de los hechos históricos antes mencionados.
El segundo capítulo, El legado de los andes, sintetiza los avances culturales de las culturas peruanas anteriores a la llegada de los españoles. En esencia, se pone de manifiesto que los Incas representaron el último peldaño del proceso de desarrollo cultural en el área andina. Las culturas precedentes habían aportado en gran medida todo el cúmulo de experiencias y sus aportes significaron esenciales para la conformación del Tahuantinsuyo. El Estado imperial de los Incas demostró, en el tiempo que duró su poder, el aprovechamiento que estos realizaron de las creaciones culturales preincas. El ayllu significó, en ese sentido, el fundamento central en el desarrollo de las civilizaciones andinas. Pues, la economía incaica era fundamentalmente agrícola, lo cual se pudo realizar a través de ese sistema de aprovechamiento productivo de carácter colectivo. Asimismo, toda una red de autoridades políticas se materializó en el imperio para el buen funcionamiento de las estructuras andinas.
Al final el Tahuantinsuyo, aquel extenso y grandioso imperio, caería por las propias rivalidades internas entre los diferentes étnias autóctonas. Los Chachas, Chichas, Huancas, Chancas, Chimús, Cañaris, entre otros vieron en la figura foránea española a sus libertadores y la oportunidad de escapar de la dominación de los orejones del Cuzco.
El tercer capítulo, El legado colonial, está íntimamente ligado a la experiencia andina autónoma. La conquista y el establecimiento del orden colonial en el Perú significaron guerra, destrucción y desolación. Se produce en aquellos primeros años una hecatombe demográfica (descenso estrepitoso de la población). Todo ello como resultado de la violencia desatada y las constantes epidemias y enfermedades que afectaron a la población oriunda del Perú. De aproximadamente diez millones de habitantes pasamos en menos de cuarenta años a solo un millón. Esta situación se agravó más con las guerras civiles entre los propios conquistadores. Motivo que ocasionó el desplazamiento del poder de los encomenderos y la instalación del virreinato peruano. Con aquella empresa se consolida una maquinaria burocrática bajo la dirección del rey español. La economía colonial se muestra en la constante extracción de los metales preciosos (mercantilismo). Y en la utilización de una fuerza de trabajo netamente indígena. Esta última afirmación grafica la complejidad social y la exclusión económica y política presente en la sociedad colonial peruana. Que a pesar que combinó una estructuración de clase con una estructuración étnica, no pudo ocultar, en su esencia, las diferencias sociales y, por ende, materiales de los diferentes grupos de la colonia. La desigualdad social era evidente, los criollos y españoles en el poder y las clases populares en la marginación social. O, en consideraciones de la época, separados en la “república de españoles” y en la “república de indios.” Sobre este sistema se impondrá las reformas borbónicas del siglo XVIII en el Perú. España que se había dedicado a luchar en Europa con otras potencias, ahora se decidía a reconquistar sus dominios americanos. Plasmó así los cambios necesarios en el aspecto económico y político para obtener los mejores resultados y claro está la mayor cantidad de ingresos monetarios. Sin embargo, todas estas modificaciones (Creación de nuevos virreinatos, comercio libre, limitación de cargos públicos para los criollos, etc.) traerían consigo funestas consecuencias sociales. Se produce la insatisfacción de los criollos, por la perdida de sus privilegios; y, también, de los indígenas por el aumento de la explotación colonial. Todo ello terminaría en el surgimiento de los movimientos sociales que se concentraron mayormente en la periferia del virreinato peruano (Buenos Aires y Caracas, principalmente). Pues, los centros de poder, tanto Lima en el Perú como México en la parte norte de América, terminaron uniendo fuerzas para rechazar a la revolución independentista. El legado colonial se mantendrá así en los inicios de la república. El Perú surgirá como un Estado fragmentado en donde era imposible establecer la construcción de identidades colectivas y coherentes.
Aquellos problemas se aprecian en el cuarto capítulo, La independencia y el largo siglo XIX. Son conocidas las críticas que Heraclio Bonilla realizara a los postulados de la historia tradicional sobre el proceso de la independencia del Perú. En forma contraria, a las ideas nacionalistas y causas internas del origen de aquel proceso, Bonilla concluye que la emancipación fue un hecho impuesto desde el exterior. Que las fuerzas libertadoras de San Martín y Simón Bolívar consiguieron imponer la liberación a los peruanos. Es decir, una “independencia concedida más que obtenida.”
La misma división social colonial impedía una unión fraterna y solidaria entre los diferentes grupos sociales del Perú. No tenía los mismos intereses la gente pudiente como los explotados indígenas. Pero, a pesar de ello, en el Perú se producen movimientos sociales que ponen al poder colonial en constante alarma y peligro. Tenemos las grandes rebeliones del sur andino de 1780 a 1781(Túpac Amaru y los hermanos Katari); las acciones en aquel mismo lugar entre 1812 y 1815 (Huánuco y Cuzco); y, finalmente, las rebeliones y luchas sociales de carácter internacional entre 1821 y 1824 que se extienden hasta 1827 (San Martín, Bolívar y las guerrillas). Pero de todos estos movimientos se pone en evidencia la labor externa y fundamental de los ejércitos de los libertadores en la consumación de la independencia peruana. Este proceso de liberación muestra, al fin y al cabo, el desarrollo de un orden en donde los cambios se esconden en las abrumadoras permanencias. De allí que el legado colonial se mantenga en gran parte del siglo XIX.
A la independencia le siguió una época de contracción económica y anarquía política con el predominio militar. Será en esta época en que los caudillos, a través de las guerras civiles y también de los conflictos externos, luchen por el poder político. Dicho período fue realmente incierto y ambiguo pues se llegó a tener hasta cuarenta militares como presidentes. Por ello, los inicios y la consolidación de la república esperarían una temporada mejor cuando se inicie la extracción del Guano y se recobre la estabilidad económica y política. Así, la era del Guano que se prolongó hasta 1879, ofreció al Perú una estupenda oportunidad para recuperarse. El desarrollo comercial con Inglaterra, nueva potencia mundial, permitió extraer y venderle este recurso natural necesario para la productividad de sus suelos. En ese sentido, el Perú exportó 10 millones de toneladas de Guano que valorizaban en 100 millones de libras esterlinas. De ese total los consignatarios guaneros se apropiaron por razones de comisiones y otros gastos, un porcentaje de 30 a 40%, es decir, el Estado peruano percibió en menos de cuatro décadas aproximadamente de 60 a 70 millones de libras esterlinas. Aquel fabuloso dinero, sin embargo, ocasionó lo contrario a las diversas esperanzas del país. Pues, el 80% de los ingresos del Guano se destinó a gastos improductivos como el pago a la nueva y numerosa burocracia civil y militar. Solamente el 20% fue aprovechado en la construcción de los ferrocarriles que en esencia aportaron poco en el progreso nacional. En pocas palabras, nos habíamos acostumbrado a vivir sin ser productores. A exportar y malgastar nuestras materias primas, sin preocuparnos en solucionar los males endémicos de la república. Incluso, el Guano permitió la consolidación de una plutocracia residente en Lima. Y, posteriormente, la creación del primer partido político civil del Perú que llegaría a poner en el poder del Estado a Manuel Pardo. Los militares entrarían entonces a un receso en el predominio del gobierno central. Finalmente, esta época dorada del Guano o denominada también de la prosperidad falaz, llegaría a su epílogo con el inicio de la guerra con Chile en 1879. Conflicto en donde se apreció otra vez las desigualdades sociales y las distintas visiones que se tenían del Perú en aquellos años. Una guerra racial, que además mostró la incompetencia de la clase política del Perú y el abismo social entre los peruanos.
Después de la guerra se volvió a vivir sin el dinero de la explotación del Guano. El Estado en bancarrota buscó otras formas de obtener recursos para la reconstrucción nacional. Sin embargo, volvimos a recurrir a la figura del caudillo militar y la presencia del Estado fuerte, represivo y autoritario para conseguir la estabilidad nacional.
Esta inclinación ya conocida por nosotros se sumó al cambio en el aspecto económico de la nueva potencia comercial del mundo. Los Estados Unidos a finales del largo siglo XIX, reemplazará al poder inglés. Durante la república aristocrática y, fundamentalmente, en el Oncenio de Leguía, el capital inglés será desplazado por el poderío norteamericano. El partido civil volverá al poder político dejando de lado a los militares que tomaron las riendas del país luego de la guerra con Chile. El Perú, o mejor dicho ciertos grupos de poder, disfrutarían de cierta estabilidad política y desarrollo económico.
En esas circunstancias se llegó a El Siglo XX, materia de análisis del autor en el quinto capítulo del libro. Aquel siglo se inició, en palabras de Bonilla, con la crisis de 1929. Dicho acontecimiento de repercusión mundial afectó irremediablemente a la economía y a la sociedad peruana. Así, después de la caída de Leguía, se instala, otra vez, los regímenes militares en el poder. Sánchez Cerro y Benavides seguirán con la política represiva, además de la expansión de las exportaciones de nuestras materias primas. Por ello, en los primeros años de la década del treinta aparecerán los conflictos entre las nuevas fuerzas sociales: El aprismo con Víctor Raúl Haya de la Torre, el socialismo de José Carlos Mariátegui y la opción del entonces presidente Sánchez Cerro. Estos grupos se enfrentarán con sus propuestas en la larga tradición de la lucha por el poder político en el Perú. Muestra de ello son los gobiernos de Odría (1948 – 1956) y los cambios de los intereses políticos de Prado Ugarteche entre 1956 y 1962. Asimismo, recordemos que este país venía cambiando su aspecto material y humano. El surgimiento de nuevos actores sociales fue acompañado por el incremento demográfico y el traslado de estos hombres llenos de esperanza de la zona rural al mundo urbano. La idea de que el progreso estaba en Lima se encuentra muy difundida por aquellos años. Incluso, los hechos externos como la revolución cubana ocasionaban que los nuevos rebeldes pensaran que el cambio social era posible (por ejemplo, las guerrillas del 65). Ante el incremento de los movimientos sociales o el denominado desborde popular, las Fuerzas Armadas tuvieron en 1968 que ponerse otra vez más en la dirección del Estado. Pero en esta ocasión no era el esfuerzo de un solo líder militar, sino se trataba de un movimiento institucionalizado (que formaba parte también de acciones militares en gran parte del hemisferio). El CAEM representó así un centro de educación y difusión política para los miembros de las Fuerzas Armadas del Perú.
Los doce años de los militares en el poder muestran una serie de variaciones en el discurso y la práctica social. Juan Velasco Alvarado entre 1968 y 1975 realiza una serie de modificaciones que afectan las estructuras sociales. La reforma agraria, la nacionalización de las empresas privadas, la toma de los medios de comunicación por el Estrado y el establecimiento de nuevas formas de organización industrial, consiguen que valla desapareciendo el predominio del capital privado en la economía peruana. En pocas palabras, será el Estado de Velasco que tome en su poder el desarrollo de la economía nacional. Todo ello ocasionó a la larga el desastre en ese ámbito, y el reemplazo de Velasco por Francisco Morales Bermúdez en 1975. Este último iniciaría la segunda fase del gobierno y el desmontaje de todo lo realizado hasta ese año por su antecesor. Pero, en palabras de Bonilla, lo fundamental de la primera fase estuvo en el desplome del predominio económico y social de la oligarquía del poder del Estado. Se rompió el orden tradicional que aún conservaba secuelas coloniales. Lo paradójico de la segunda fase del régimen militar lo encontramos en que preparó el ingreso de la democracia en la escena nacional y a la vez dejó un vacío en la sociedad de aquel entonces. Al orden tradicional oligárquico no se le reemplazó por otra nueva forma de sistema social más justo e igualitario. En ese contexto y ante ese vacío surgirán los movimientos subversivos en 1980.
Ni las intenciones de Belaunde ni los discursos persuasivos de Alan García, pudieron impedir el incremento de la guerra civil en el Perú. La política aprista ya no era la misma, incluso, la doctrina y las ideas cambiantes del líder (Haya de la Torre), a lo largo de su militancia política nunca estuvieron fuera de dejarse seducir por el poder de turno. Así, las alianzas inauditas y en otras épocas imposibles pudieron hacerse realidad. Por ello, en 1985 el partido del pueblo era todo un conglomerado de ideas, argumentos e intereses muy distintos de la década del 20. La revolución fue reemplazada por reformas dentro de la democracia vigente. Se presenciaba entonces un populismo anacrónico y que difundía cambios no acordes a la situación del momento.
En ese sentido, los movimientos subversivos de la década del 80 acrecentaron la crisis del gobierno aprista. Tanto Sendero como el MRTA pusieron al Perú en una nueva tormenta social que desangraría al país y cobraría muchas vidas humanas. Pobreza, miseria, abandono estatal, crisis económica, inestabilidad política, violación de derechos, simplemente acrecentaron el malestar social y dieron tribuna para crecimiento de los movimientos terroristas del período. El Perú en crisis generalizada, en una intensa guerra civil.
El sexto capítulo del libro, El desenlace, muestra como el movimiento social que se lleva a cabo con mayor intensidad a partir 1980 y, los erróneos y torpes cambios de los gobiernos predecesores, da pie al surgimiento del denominado partido no tradicional de Alberto Fujimori. En una época de crisis y abismo social el llamado “chino” consigue poner en práctica medidas que no eran de su repertorio político. Mostrando en la campaña y en las elecciones sus divergencias a las ideas y reformas neoliberales de su opositor Mario Vargas Llosa, Fujimori luego de ganar y en solo unos meses contradictoriamente realiza lo que el escritor había propuesto. A parte de ello, ya en un plan de claro carácter autoritario y de tradición republicana en el Perú, cierra el Congreso y el Poder Judicial. Pone en acción cambios en los altos mandos de las Fuerzas Armadas y crea una red de clientelismo con una burocracia entregada y sumisa al Poder Ejecutivo que tenía en la realidad dos caras: Fujimori y Montesinos. A todo ello, se sumó los acontecimientos políticos que jugaron a su favor y que llevaron a terminar los peligrosos avances de movimiento subversivo. La política económica del Fujimorismo logró cambios sustanciales a consecuencia de la entrega del país al capital extranjero. Así, se pudo combatir a la hiperinflación que llegaba a comienzos de su gobierno a un estrepitoso 7 482% para terminar a comienzos del nuevo siglo en un moderado 3.7% La inserción del Perú al mercado mundial junto con el predominio del capital financiero y económico externo en las acciones económicas peruanas llevó a la desaparición del Estado en su dominio de la economía nacional. La miseria y el porcentaje de pobres crecieron dramáticamente a pesar de los intentos del gobierno por solucionar dicho problema con la creación de comedores populares y otras formas populistas de salvación coyuntural de la crisis. Asimismo, el movimiento social durante el Fujimorismo va a disminuir pues el gobierno pone en práctica medidas represivas y el recorte de los derechos laborales, en ese sentido, el comercio libre llega a tocas las puertas de mundo laboral.
Finalmente, ¿Quo Vadis?, último capítulo del libro de Heraclio Bonilla, presenta algunas reflexiones generales y de síntesis sobre el comportamiento político de los gobiernos de la segunda mitad del siglo XX. Como afirma el autor: “Habrán nuevos cambios en los nombres de los presidentes, pero nada indica […] que la situación valla a experimentar un cambio profundo.” Las autoridades están más preocupadas en equilibrar los parámetros macroeconómicos que en permitir una real distribución de los ingresos del Estado. Solamente se inclinan a dar una miserable limosna cuando estallan movimientos sociales de protesta que ponen en peligro su estabilidad, o si se encuentran en plena campaña electoral con el único objetivo de ganar los votos populares. “Seguirán por cierto, otros Fujimoris u otros Toledos, con la capacidad momentánea de encender el entusiasmo de la gente, pero nada más.” Ello, es una muestra evidente de la ausencia hasta nuestros días de una fuerza organizada que permita alterar de manera real los cambios tibios o parciales desarrollados a lo largo de la historia peruana.
En síntesis, podemos señalar que La trayectoria del desencanto del renombrado historiador peruano Heraclio Bonilla, se constituye en un texto de síntesis crítica de nuestra historia. A través de sus páginas podemos insertarnos en un proceso de explicación razonada y reflexiva del movimiento social, político y económico del Perú. De igual manera, como se aprecia en el libro, esta investigación tiene un claro carácter de ensayo que, sin embargo, se apoya en una bibliografía y una diversidad de fuentes que el autor ha utilizado en varias décadas de indagaciones. Termino esta reseña con el argumento compartido con Bonilla de que el trabajo del historiador no se limita solamente a desempolvar viejos papeles, sino, además, es necesario e imprescindible el manejo adecuado de la ideas en cualquier análisis histórico que se realiza seria y científicamente.